¡Hola!
¿Sabéis?
No me gusta la cocina, nada. Repito: No me gusta nada. He dicho.
El tener
que hacer la comida cada día... lo odio.
Tener
que pensar que hacer para comer, para cenar... Me supera.
Lo hago.
Sí. ¿Qué remedio, no? E incluso, de vez en cuando, me da un arrebato y me
entran ganas de hacer de cocinillas, porque, el que no me guste cocinar no
quiere decir que no lo haga bien y hasta me salga la comida buena.
Pues
bien, ayer tarde me dio un arrebato de esos que me dan de vez en cuando y me
puse a hacer un pastel.
Sencillo.
Un bizcocho. Relleno con mermelada de frambuesa y cubierto de chocolate. Nada
del otro mundo y nada refinado ni tan bonito cómo todos esos que ahora están
tan de moda hacer. El mío fue como los de antes, con una receta de hace veinte
años apuntada en una libreta y siguiendo esos los pasos uno a uno.
Mi
marido, cuando me vio en la cocina preparándolo, me preguntó: ¿Estás bien?... Y
cuando lo probó dijo: En dos palabras: "Buen...nisimo" jajajaja.
La
verdad quedó muy bueno.
De vez
en cuando, hacer algo que no gusta, sin que sea una obligación, se convierte en
un trabajo satisfactorio. ¿No os parece?
Otra
cosa, ¿Os acordáis que os comenté que, ayer, durante el paseo matutino recogí
unas las florecillas?
¿Sí?
Pues este es el resultado: Un sencillo y pequeño ramito en una jarrita de
leche.
¡Nos vemos pronto!